Estaban reunidos un día un grupo de aprendices
y el jefe de la tribu Seattle. Se hablaba de lo profundo de los cambios del
corazón humano cuando está en medio un caballo, lo más preciado por cada
componente de una tribu india.
Se discutía sobre lo que esta bien o mal, lo
que es apropiado y lo que no lo es, lo que es proporcional y aquello que es
exagerado, sobre lo que es incorrecto o incorrecto en los modos de vivir, en
los modos de actual, en los modos de pensar.
El jefe indio realmente estaba en plena
conversación, cuando uno de los participantes, una niña de apenas 4 primaveras,
le pregunto.
-. Jefe nuestro. Después
de escuchar lo que he escuchado. Las discusiones que se han creado en la
armonía de nuestra convivencia, no puedo dejar de pensar en una cosa que me
pesa en la cabeza, por encima de mi cabello.
El Jefe Seattle, detuvo la conversación a
todos, y mirándola le dijo:
-. Si es algo que puedes
tú responderte a ti misma, reserva tu pregunta para consultarla con los
espíritus, pues tú sabes bien que ellos te apoyan, te ayudan y te han dado
pruebas de ello; pero si crees que tú pregunta necesita de apoyo, sácala de su
corazón que aunque joven es muy maduro para las primaveras que han acariciado
tanto tus cabellos.
La niña india por un momento guardó silencio
mirando hacia la altura del tucapi que los protegía del frío del invierno. Al
poco rato y ante el silencio de todos los presentes que estábamos esperando,
dijo:
-. Jefe nuestro. ¿El
aguijón de otro acaso puede contagiarse, puede transmitirse a los demás? (“Aguijón” para ellos es
aquello que les pinchaba por dentro como una prueba, como una tentación
negativa).
El Jefe, se quedó meditando por un momento, y
al no saber que responder, desconvocó la reunión, para poder consultar a los
espíritus del cielo.
Dijo a todos:
-. Mañana habré tenido
respuesta y os la comunicaré.
De este modo todos tomaron sus enseres de
aprendizaje y se marcharon cada uno a su tucapi con sus familias.
Al día siguiente llegó la hora del encuentro
al medio día solar.
Todos entraron, la niña india la primera. Se
notaba el gran interés que tenía por obtener respuesta.
Una vez todos sentados, alrededor del fuego,
dentro del tucapi, (casa rústica de madera de árboles), el Jefe indio hizo
levantar a la niña y le preguntó:
-. Necesito primero que
tú me digas. ¿Piensas que el “aguijón” puede contaminar a otros?
La niña sin dudar respondió.
-. Sí Jefe.
-. Bien, puedes
sentarte. Ahora escuchad con atención porque esto que ahora os diré os servirá
para vuestra vida presente y futura.
El Gran Espíritu me ha
dicho que os diga:
El Aguijón (tentación)
de otro puede ser transmitida, puede contagiar, y de su contagio a veces nace
la perdición de lo invisible.
El “Aguijón” pone
siempre en riesgo y peligro a aquel que lo llama y lo quiere sufrir, y pone en
riesgo y peligro a aquellos que más cercanos viven de él.
Porque la ponzoña de la
Tentación (aguijón) es una ponzoña invisible que corroe, muerde y va comiendo
las entrañas de forma invisible.
Esta ponzoña, este
veneno hace sentir el corazón como si latiese apretado por un puño, y hace que
el dolor en vuestras cabezas crezca y no se pueda borrar. Esté siempre
palpitante a través de los años, porque su poder es precisamente ese.
El Poder del Aguijón es
amargar, apesadumbrar, recordaros siempre lo malo que se ha hecho y el
compromiso que se ha tenido en relación a ese mal realizado. Por eso el
silencio cómplice ante una injusticia, mata al corazón y mata la buena mente,
la buena alma, y toda la bondad del corazón desaparece volviéndose como una
piedra amarga y pesada.
La Tentación nace no
solo del egoísmo de aquel que obtiene un bien terrenal, sino de aquellos que contagiándose
de tal egoísmo, quieren tener parte de ese bien terrenal. Con el tiempo se
darán cuenta que no duele el corazón por alimentar el egoísmo, sino que duele
“aquello” que hace que el corazón palpite y que la cabeza piense.
-. Ahora, -continuó el jefe hablando-, os contaré una historia de mi juventud.
Nuestras dos tribus S y
D siempre han estado en convivencia armónica, pero no ha sido uniforme ni
vivida con las mismas metodologías.
Un día uno de los
nuestros encontró un caballo salvaje. No se dejaba atrapar, pero con la
paciencia logró que el caballo se hiciese amigo suyo.
Al regresar a su tribu,
lo dijo a todos. “Mirad, mirad que nuevo amigo me ha dado la madre
naturaleza”.
Era un caballo hermoso,
robusto, con ojos vivos y melena blanca. Una envidia de animal. Siempre dormía
a los pies de la puerta de su tucapi, y a la mañana, siempre daba una vuelta
veloz antes de comenzar sus tareas.
Un día se le acercó uno
de los jóvenes del poblado, y le preguntó:
-. ¿Puedes compartir conmigo tu gran tesoro
pues somos hermanos de sangre?
El joven indio que había
trabajado tanto para ganarse el cariño y la confianza de aquel majestuoso
ejemplar de caballo le respondió:
-. Claro que sí hermano. ¿Cómo no lo
compartiría contigo? ¿Y no solo contigo sino con todos los demás hermanos míos?
Por encima de mí está el honor de nuestra raza
y la felicidad de nuestra tribu. Pero algo que no quiero que ocurra nunca es
que el caballo diga no, y no se le escuche. Por tanto él decidirá. Nunca debe
estar cansado. Todos podrán disfrutar de su alegría y de su potente cabalgar.
En otra tribu, diferente
de las nuestras, ocurrió un ejemplo similar.
Cuando llegó ese indio a
su poblado, no dijo nada. Se calló y se llevó el caballo como algo suyo, lícito
y personal a su tienda.
Una mañana, al despertar
el día, se le acercó otro joven de la tribu y le preguntó:
-. ¿Puedes compartir conmigo tu gran tesoro
pues somos hermanos de sangre?
-. No. – Fue la inmediata
respuesta que recibió el joven indio-. Es mío pues la madre naturaleza a mi me
lo concedió.
-. Pero ¿acaso no tengo yo también derecho a
ello según la Ley de nuestros Antepasados, aunque tú seas su cuidador? Por
encima de todos nosotros está la Ley de nuestros Antepasados.
El Jefe Seattle entonces detuvo su voz. Y
mirando a todos les dijo:
-. Ahora sois vosotros los que debéis
determinar dónde el “aguijón” está y ha comenzado a herir a su portador y a sus
cercanos.
(Recuerdo de una lección de vida del Ancestral
Reunificador, cuando fue Jefe de una tribu india del norte de América).